En una fría tarde de otoño, un monje de túnica marrón se acercaba a las montañas bermejas de Sagano, al oeste de la capital Kyoto. En su afán de practicar su fé, había viajado por varios templos y santuarios, asi como también habia visitado los sitios famosos de la capital.
El paisaje de Sagano, sin embargo lo atraía y finalmente había logrado llegar a esa comarca, en las afueras de la ciudad, desde donde podia apreciar las hojas escarlatas de los árboles en las montañas, asi como de las aguas del río Ói que cruza Arashiyama, la montaña de las tormentas.
Caminando unos cuantos minutos desde el río, el monje encontró un santuario abandonado, en medio de una ladera. El torii, la puerta que marca el límite entre lo sacro y lo mundano, era de madera y la cerca de arbustos, muy diferente a las sólidas puertas azafranadas de los santuarios de la ciudad.